miércoles, 10 de enero de 2007

Capuchas y horcas


Permitame el lector la confesión de un sentimiento personal. El cuadro de un grupo de personas encapuchadas ahorcando a un hombre -aun siendo un despreciable dictador- en nombre del mundo civilizado, con absoluto permiso de la comunidad internacional y presentado como un acto completamente legal, no me ha despertado ninguna reflexión, sino una profunda vergüenza ajena.
El acto de colgar de la soga a un hombre, aun siendo un despreciable dictador, y que los demás aplaudan, no en la Edad Media, no en medio de una revuelta popular donde mandan las pasiones, no en una película, sino en la realidad, en el siglo XXI, después de tantos ilustres pensadores que han reflexionado sobre la justicia, después de todo lo que se ha escrito en contra de la barbarie, ese acto de colgar de la soga a un hombre y que los demás aplaudan me da una vergüenza ajena enorme, sobre todo ante las nuevas generaciones.
Porque da mucha vergüenza que ellos vean que nosotros seguimos siendo los mismos hombres que éramos hace más de mil años, cuando también las cuestiones políticas, o de lo que fuera, se resolvían con la horca. Dan vergüenza el método, el concepto. Dan vergüenza las capuchas y los aplausos.
Dan vergüenza los dictadores como el ahorcado, pero también dan vergüenza los autoproclamados dueños de la democracia, que terminan usando los métodos de la barbarie para combatir la barbarie, a plena luz del día, sin siquiera sonrojarse de vergüenza.
Da mucha vergüenza ajena, ante las nuevas generaciones, tanto atraso. Y de nada sirve que el mundo se presente como moderno por su tecnología que hace maravillas y le facilita la vida al hombre, o por los descubrimientos que hace la ciencia, que permiten acercarnos a verdades impensadas y curar enfermedades antes mortales; de nada sirve que el mundo se presente como moderno por la conquista de Marte o por la llegada a la Luna, los viajes del tren bala, los microchips, los iPods, los robots, las máquinas que hacen música, las cámaras digitales, los celulares que casi hablan solos, pues si la justicia sigue consistiendo en colgar a un hombre de la soga, entonces no podemos engañar a nadie: el mundo no ha avanzado.
Da mucha vergüenza ajena frente a las nuevas generaciones mostrarles que los años pasan de a cientos y el hombre sigue siendo el mismo hombre. Permítame el lector una confesión final. He visto el video de ese espectáculo tan anacrónico y primitivo y creo haberme puesto colorado con la sola idea de que también lo iban a ver mi hija y los hijos de los demás.
Creo definitivamente que esa escena de un grupo de encapuchados ahorcando a un hombre -aun siendo un despreciable dictador- en nombre del mundo civilizado, con absoluto permiso de la comunidad internacional y presentado como un acto completamente legal ha sido una escena pornográfica, en el mal sentido de la palabra.

Por Mex Urtizberea
Para LA NACION

* Por supueso que no es de mi autoría, pero es una de las veces cuando coincido totalmente, y vale la pena publicarlo

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