
El domingo 24 de febrero de 2008 sucedió algo similar. No era un mundial de fútbol, si no el ATP (de tenis, para los más perdidos) de Buenos Aires. La final era entre "El Rey" David Nalbandián (con pinta de alemán y todo) y Jose "Chucho" Acasuso (algo así como el maradona misionero). Incluso Chucho vestía los colores nacionales, a modo de bandera.
El misionero ganó el primer set. En el segundo pudo liquidarlo en el tie break (iba 3-2 arriba) y, finalmente, en el tercero estuvo muy cerca (terminó 6-4 para el cordobés).
En la ceremonia de premiación se revivió el clima del Olímpico de Roma en aquel invierno de 1990. Cuando lo obligaron a hablar a José, parecía el Diego con la medalla colgada. Se asomaron unas lágrimas y no le salían las palabras. Por varios segundos no pudo hablar. El público reconoció el sentimiento y lo ovacionó. ¡Oleeé olé olé oleeeeeé Chuchooo Chuchooo! Cuando pudo soltar las palabras, estas sonaron como automáticas. No se si se acordará lo que dijo en ese momento, pero a nadie le importaba. Sus ojos decían todo lo que sentía.
Mientras, del otro lado de la pantalla, en la Posadas natal de Acasuso, los misioneros nos sentimos orgullosos de tener un Héroe.